Esto no significa vivir obsesionados por cada gesto, sino desarrollar una mayor conciencia sobre cómo nuestras acciones impactan en quienes nos rodean.
Hay una frase que me ha marcado en el transcurso de mi carrera, la he repetido a compañeros de diversos trabajos y lo sigo haciendo con mis estudiantes, ahora también la comparto aquí: “Todo comunica”.
¿Ha pensado en cómo todo lo que hacemos —y lo que no hacemos— comunica algo? Desde un mensaje de texto sin respuesta hasta una sonrisa en una reunión, nuestras acciones y omisiones están enviando señales todo el tiempo.
El axioma de la comunicación que afirma que “no es posible no comunicarse” no solo es un concepto teórico, sino una realidad cotidiana que define nuestras relaciones personales y profesionales. Este principio es la base de la comunicación estratégica y efectiva.
Este axioma fue planteado por el psicólogo y teórico Paul Watzlawick, uno de los grandes referentes en el estudio de la comunicación humana. Él y sus colegas propusieron que todo comportamiento tiene un valor comunicativo. Es decir, incluso si alguien decide quedarse callado, ese silencio tiene un significado: ¿Está molesto? ¿introspectivo? ¿desinteresado? El contexto, junto con nuestras propias interpretaciones, nos ayuda a darle sentido a esos momentos de aparente “no comunicación”.
Imagine que envía un mensaje importante a un colega y no recibe respuesta, o sea lo dejó “en visto”. ¿Qué interpreta? Puede ser que esté ocupado, que no vio el mensaje o incluso que está molesto. Sea cual sea la razón, el silencio ha comunicado algo. Otro ejemplo: en una reunión familiar, alguien cruza los brazos y desvía la mirada constantemente. Aunque no diga una sola palabra, su lenguaje corporal comunica incomodidad o rechazo.
A nivel personal, nuestras decisiones también cuentan historias. Asistir o no a una fiesta, responder (o no) con un “Me gusta” en redes sociales, nuestra forma de vestir, nuestra velocidad al caminar, o incluso el tono de voz que usamos al contestar una llamada reflejan actitudes, emociones y prioridades. Así que, en realidad, siempre estamos comunicando, incluso cuando no queremos hacerlo.
En el ámbito laboral, este axioma se vuelve crucial. Pensemos en alguien que siempre llega tarde a las reuniones. Aunque nunca lo diga explícitamente, sus acciones podrían comunicar desinterés o falta de respeto por el tiempo de los demás. Por otro lado, un colaborador que constantemente hace preguntas y participa activamente en discusiones transmite curiosidad y compromiso, aunque no lo diga con palabras.
Ser conscientes de que todo comunica implica asumir la responsabilidad de lo que transmitimos en cada interacción. ¿Qué quiere que los demás perciban de usted? Si desea proyectar profesionalismo, asegúrese de ser puntual, de revisar sus mensajes antes de enviarlos y de mostrar interés genuino en los demás. Si busca fortalecer una relación personal, preste atención a los pequeños detalles: una llamada inesperada o un abrazo en el momento justo pueden decir más que mil palabras.
La clave está en entender que no solo hablamos con nuestras palabras, sino con todo lo que hacemos y dejamos de hacer. Esto no significa vivir obsesionados por cada gesto, sino desarrollar una mayor conciencia sobre cómo nuestras acciones impactan en quienes nos rodean.
Reconocer que todo comunica nos invita a ser más intencionales y auténticos. Porque al final del día, nuestras acciones, por pequeñas que sean, construyen la narrativa de quiénes somos y cómo queremos ser recordados.
Así que la próxima vez que esté en una reunión, envíe un mensaje (o no), o elija quedarse callado, recuerde que todo comunica. ¿Cómo quiere ser percibido hoy? Eso depende de usted.
Mensaje de response para boletines
Comentarios