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Desmontando mitos de un presidente. Un análisis crítico

El éxito del presidente Bukele se basa en una combinación de factores, un contexto social propicio, y un manejo estratégico de la comunicación.

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Es crucial analizar con ojo crítico el éxito de Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Este análisis debe reconocer tanto su habilidad para capitalizar el descontento social instigado por él y su grupo, como las estrategias que le han permitido consolidar un poder sin precedentes, a menudo a expensas de la institucionalidad democrática y los derechos humanos.
Primer mito, el del Outsider Antiestablishment. El presidente Bukele se presentó como un outsider ajeno a la política tradicional, un empresario exitoso que prometía romper con la supuesta corrupción e ineficiencia de los partidos tradicionales (ARENA y FMLN). 
Este discurso resonó en una población hastiada de la corrupción, real o percibida, y de una supuesta falta de oportunidades, presentándose como una figura fresca y disruptiva. La verdad es que, si bien no provenía de las cúpulas tradicionales, su familia tuvo vínculos políticos con la guerrilla histórica, y él mismo fue alcalde bajo el FMLN, el partido socialista. Es un “hombre de izquierda”.
También su discurso antiestablishment se contradice con su control absoluto del aparato estatal.
Segundo mito, el de tecnócrata. Bukele se ha proyectado como un líder moderno y tecnológico, utiliza redes sociales para conectar directamente con la población y promovió el Bitcoin como herramienta de desarrollo. Esto ha atraído a jóvenes y sectores que ven en la tecnología una solución a los problemas del país.
Pero la implementación de Bitcoin ha sido cuestionada por su falta de transparencia y sus riesgos económicos. No hay beneficios de la criptomoneda. Lo único que ha dado el Bitcoin es un centro de atención veterinario, donde quienes pagan con la criptomoneda tienen grandes descuentos.
Su manejo de redes sociales, efectivo para la propaganda, ha sido utilizado para atacar a críticos y opositores.
La modernidad y tecnología ofrecida por Bukele no se traduce en progreso para los salvadoreños, son espejismos. 
Tercer mito, el de que el autoritarismo es necesario  para alcanzar la seguridad. El presidente salvadoreño ha justificado medidas autoritarias, como el estado de excepción y la militarización, como necesarias para combatir la violencia de las pandillas. La reducción de la violencia, aunque difícil de medir con precisión por la opacidad del gobierno, le ha ganado apoyo popular.
En realidad, la estrategia de seguridad se basa en un enfoque militarista y es una estrategia mediática para aumentar su popularidad, esto ha generado denuncias de violaciones a los derechos humanos, detenciones arbitrarias y falta de transparencia. 
En la búsqueda de la disminución de la violencia delincuencial, se ha sacrificado la libertad, la democracia, la República y el progreso de los salvadoreños. Sin embargo, estos objetivos se pueden lograr sin esos sacrificios.
Cuarto mito, el de “el pueblo vs. las élites corruptas”. El presidente  Bukele ha construido una narrativa en la que él, como el “pueblo” se enfrenta a las “élites corruptas”. Estas élites incluye medios de comunicación, ONGs, profesionales como los médicos, abogados y periodistas, así como la comunidad internacional. Bukele los acusa de conspirar contra él, y por consecuencia, contra el pueblo. Esta narrativa polarizante le permite desacreditar cualquier crítica y fortalecer su base de apoyo, presentando cualquier cuestionamiento como un ataque a la voluntad popular.
Acusó a los anteriores gobernantes de generar polarización, pero es él quien, con una retórica populista y divisiva, erosiona la democracia al debilitar los contrapesos al poder y fomentar la intolerancia hacia la disidencia.
Hay más mitos: el de la biblioteca sin libros, la destrucción de lugares protegidos en el Centro Histórico y la venta de inmuebles a quienes pueden pagar con Bitcoin.
Hay una negación de nuestra historia. Pero ya podemos concluir que el éxito del presidente Bukele se basa en una combinación de factores, un contexto social propicio, un manejo estratégico de la comunicación y la construcción de una narrativa populista que le ha permitido concentrar el poder.
Sin embargo, es crucial analizar críticamente estos mitos y reconocer el grave peligro que representan para la democracia: erosión institucional, irrespeto a los derechos humanos y concentración de poder en manos de un solo hombre.
Los gobiernos son como la gasolina, altamente inflamables. Y si su control  se concentra en las manos de un solo hombre, un autócrata, basta una pequeña chispa para incendiar a un país.
Después de las últimas elecciones, donde el presidente fue reelecto a pesar de prohibiciones constitucionales, es evidente que estos mitos los está descubriendo la población.
El segundo gobierno de Nayib Bukele en realidad fue electo por los buenos ciudadanos que no votaron.

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