Está por verse, si bien cuando el político republicano habló de perseguir masivamente a los inmigrantes ilegales, de cerrar las fronteras y de ejecutar la operación de deportación doméstica más grande en la historia de su país, no habló de excepciones para alguna nacionalidad.
Los guiños y elogios que importantes miembros de la próxima administración estadounidense le dedican al gobierno salvadoreño y a su presidente son inobjetables. Así como hace algunos meses, Donald Trump insinuó que los métodos nacionales para reducir los índices de inseguridad y el número de homicidios pasaban por exportar a los asesinos a otros países, así hoy relevantes personas de su entorno tratan a Bukele con mucha deferencia.
La narrativa norteamericana sobre lo que ocurre en El Salvador ya había dado un giro favorable al oficialismo durante los últimos meses de la gestión de Biden: se pasó de censurar los manierismos autocráticos nacionales e incluir a decenas de funcionarios en la lista Engels a felicitarlo por su triunfo electoral sin referencias al conflicto constitucional, y confiando en trabajar juntos "en las áreas de buena gobernanza, seguridad ciudadana con debido proceso, prosperidad económica inclusiva y derechos humanos".
El régimen salvadoreño ya saca partido de este aún más fuerte giro de tuerca; ayer, los vídeos y fotos del vicepresidente de la República y otros miembros del gabinete escuchando al futuro fiscal general estadounidense deshacerse en elogios sobre los cambios en materia de seguridad en el país circularon por todos lados. Es la validación que el gobierno ha perseguido desde hace meses, y todo lo que refuerce la impresión de que en El Salvador no hay una autocracia populista sino una democracia exitosa será explotado de modo propagandístico.
¿Eso beneficia a la nación, entendida tanto como los salvadoreños que viven en el territorio como los millones residentes en los Estados Unidos de América? Está por verse, si bien cuando el político republicano habló de perseguir masivamente a los inmigrantes ilegales, de cerrar las fronteras y de ejecutar la operación de deportación doméstica más grande en la historia de su país, no habló de excepciones para alguna nacionalidad. Sobre lo que no quedan dudas es que los primeros meses de la segunda presidencia Trump serán productivos para la narrativa del gobierno salvadoreño, que gozará de numerosos vasos comunicantes con el oficialismo norteamericano y podrá inicialmente neutralizar a los importantes críticos que ha tenido de modo cada vez más frecuente en la diáspora y en la diplomacia demócrata.
Serán meses de ansiedad en El Salvador, porque se entiende que la contención de algunas iniciativas del régimen muy autoritarias, anti periodismo y/o de extensión de su control sobre la sociedad organizada que los demócratas y la embajada norteamericana han realizado desaparecerá con Trump, y se podría incluso esperar una delegación diplomática tan poco pertinente como la de Ronald Johnson. En ese escenario, tan parecido al del poco más de año y medio en el que coincidió con Johnson y durante el cual se dio la intervención militar a la Asamblea Legislativa, ¿qué tanto aflorarán los peores apetitos de la cúpula?
En cualquier caso, tanto entonces como en ese previsible futuro, la principal labor en defensa del restablecimiento de los derechos humanos y del orden jurídico le corresponderá a los salvadoreños, a la sociedad civil así como a los sectores que todavía se fían de su por hoy cómoda posición ante el gobierno.
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